Nuestra misión
¡Ilumina la Luz!
Nuestra misión es hacer brillar la luz del Evangelio en este mundo de oscuridad. Predicamos a Jesús y cuidamos de nuestras comunidades. Este ministerio se dedica a evangelizar a los perdidos y a equipar y fortalecer a los creyentes, proporcionándoles los recursos necesarios para crecer en la fe y animando a la iglesia a no solo ser oidores de la Palabra, sino también hacedores.
“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada sobre una colina no se puede ocultar. Ni se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Así alumbre la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.” -Mateo 5:14-16

Creencias
Dios
Adoramos a un solo Dios, Yahvé, Creador de todas las cosas. Aunque es un solo Dios, es una trinidad, lo que significa que opera a través de tres roles, llamados "Personas". Dios es todopoderoso, omnisciente y omnipresente. Él es el Poder Supremo. No hay nadie más grande que Él, ni nadie igual a Él. Dios está fuera del tiempo. Siempre ha existido y seguirá existiendo. Todo y todos son creación de Dios.
Trinidad
Las tres naturalezas de Dios son Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Padre: El Padre es espíritu y no puede ser visto. Todas las cosas provienen del Padre. Cuando somos salvos, nos convertimos en hijos e hijas de Dios, y Él se convierte en nuestro Padre.
El Hijo: El Hijo comparte igual autoridad con el Padre. El Hijo, al igual que las otras Personas de la Trinidad, no fue creado y siempre ha existido y seguirá existiendo. Para salvar al mundo del pecado, fue el Hijo quien descendió del Cielo, nació humano y vivió entre nosotros. Su nombre es Jesús. Murió en una cruz y resucitó tres días después. Ahora está sentado a la diestra del Padre y un día volverá para juzgar al mundo. Hasta ese día, nos dejó un regalo muy especial...
El Espíritu Santo: El Espíritu Santo es Dios mismo, que habita en nosotros, los que somos salvos por Jesús. El Espíritu Santo es el sello de nuestra salvación, nuestra garantía de vida eterna. Mientras estamos aquí en la Tierra, el Espíritu Santo obra de maneras poderosas:
Sellador: El Espíritu es el “sello” que marca a los creyentes como propiedad de Dios, como un sello real de pertenencia. También es la “garantía” (en griego arrabōn, que significa pago inicial) de la vida eterna, un anticipo del cielo dentro de nosotros. A través de su testimonio, obtenemos la seguridad de nuestra adopción en la familia de Dios. Sin el Espíritu, la fe vacilaría, pero con Él, permanecemos seguros.
Revelador: El Espíritu nos enseña y nos revela la verdad. Incluso es responsable de inspirar a los escritores de la Biblia. El papel de enseñanza del Espíritu es tanto revelador (trayendo la verdad divina) como aplicativo (ayudando a los creyentes a vivir esa verdad). No añade nuevas doctrinas más allá de la enseñanza de Cristo, sino que ilumina y aclara lo que ya ha sido revelado. Esto significa que el Espíritu hace que la Escritura esté “viva”, convirtiendo las palabras en una página en realidades transformadoras.
Convencedor/Santificador: El Espíritu obra tanto en creyentes como en no creyentes. En los no creyentes, penetra la conciencia, exponiendo el pecado y señalando la necesidad de un Salvador. En los creyentes, continúa convenciendo, no para condenación (Romanos 8:1) sino para santificación, moldeándolos a la semejanza de Cristo. Esta convicción es prueba del amor de Dios, que impide que sus hijos se desvíen hacia la destrucción.
Consolador/Ayudador: El Espíritu no es una fuerza distante, sino la presencia misma de Dios dentro de los creyentes. En el Antiguo Testamento, la presencia de Dios habitaba en el Tabernáculo y posteriormente en el Templo. Después de la resurrección de Cristo, el Espíritu ahora mora en los creyentes, haciendo de cada cristiano un templo vivo. Esta relación es profundamente íntima: el Espíritu no solo visita, sino que permanece, creando una comunión constante con Dios.
Fortalecedor: El Espíritu proporciona tanto poder para el testimonio como dones espirituales para el ministerio. Valentía, perseverancia, sabiduría, milagros, sanación, lenguas, profecía: todo fluye de Él para la expansión del evangelio. Este empoderamiento no es solo para la labor ministerial, sino también para una vida santa. El Espíritu fortalece a los creyentes para resistir el pecado, vivir con rectitud y reflejar a Cristo.
La Biblia
La Santa Biblia es la palabra escrita de Dios. La Biblia no es un solo libro, sino una colección de libros. Consta de 66 libros: 39 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. Fue escrita por aproximadamente 40 autores, en 3 continentes (África, Asia y Europa), en 3 idiomas (hebreo, arameo y griego), a lo largo de unos 1500 años.
El Antiguo Testamento, o Tanaj, se divide en tres partes: Ley, Profetas y Escritos. Los cinco libros de la Ley, o Pentateuco, nos hablan de la creación de nuestro mundo en Génesis. Génesis también nos cuenta cómo Dios eligió a personas comunes (patriarcas) para que se convirtieran en su pueblo especial.
Los siguientes cuatro libros continúan la historia después de Génesis. El pueblo de Dios, Israel, es esclavizado por Egipto. Dios usa a Moisés para liberarlos de Egipto. Después de salir de Egipto, Dios los sustenta en el desierto. Moisés se encuentra con Dios en el Monte Sinaí, donde recibe la ley y los Diez Mandamientos. Israel vagó 40 años por el desierto debido a su desobediencia e incredulidad. Josué, quien sucedió a Moisés en el liderazgo, guió a la siguiente generación de israelitas a la Tierra Prometida.
Los Profetas se dividen en dos secciones: Profetas Anteriores y Profetas Posteriores. Los Profetas Anteriores nos cuentan la historia de Israel, desde la conquista de la tierra hasta el exilio. Los Profetas Posteriores son advertencias para Israel, que desobedece continuamente a Dios. Deben arrepentirse o Dios los juzgará en consecuencia.
Los Escritos son una colección diversa de libros que incluyen historia, poesía, sabiduría, filosofía, relatos cortos y visiones apocalípticas.
El Nuevo Testamento se divide en cuatro partes: Evangelios, Hechos, Epístolas y Profecía. Los Evangelios son cuatro libros (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) que ofrecen relatos de testigos presenciales de la vida de Jesús, quien es el Cristo, o el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento. Los Evangelios nos hablan del nacimiento de Cristo, su ministerio, su muerte y resurrección.
Los Hechos de los Apóstoles, o Hechos, nos cuentan sobre la iglesia cristiana primitiva. Este libro es la segunda carta de Lucas a Teófilo. Comienza con los apóstoles decidiendo quién reemplazaría a Judas, el que traicionó a Jesús. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimemente reunidos en un mismo lugar. De repente, vino del cielo un sonido como de un viento recio que soplaba con fuerza, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Entonces se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, posándose sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. -Hechos 2:1-4
El libro de los Hechos narra la conversión de Pablo, quien pasó de perseguir a los cristianos a escribir aproximadamente la mitad del Nuevo Testamento. Los seguidores del Camino, o los cristianos, predicaron el Evangelio por dondequiera que iban y difundieron el mensaje de las Buenas Nuevas por toda Asia y Europa.
Las Epístolas son una colección de 21 libros, escritos en forma de cartas por apóstoles y primeros líderes de la iglesia a iglesias e individuos. Estas cartas sirven para enseñar doctrina, animar a los creyentes, corregir errores y guiar la vida cristiana. Son esenciales para comprender el desarrollo y la aplicación de las creencias y prácticas cristianas.
El Apocalipsis, o la Revelación de Juan, es el único libro profético del Nuevo Testamento. En este libro, Juan, exiliado en la isla de Patmos, recibe visiones divinas de Dios para mostrar a sus siervos lo que pronto sucederá. El libro está lleno de simbolismo e imágenes proféticas. Nos ofrece un vistazo del Cielo y de lo que sucederá antes del regreso de Cristo.
Pecado
La palabra pecado proviene del término hebreo de tiro con arco "khata", que significa "errar el blanco". Constantemente erramos el blanco porque es nuestra naturaleza pecar. Incluso si no llegamos a cometer la acción, el simple pensamiento de pecar se considera pecado en nuestro corazón. Jesús lo deja claro en
Mateo 5:21-22 y 5:27-28.
La Biblia nos dice que no hay justo, y que nuestras buenas obras son como trapos sucios.
Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, nuestro destino por defecto es un lugar donde estamos separados de Dios. El pecado no puede coexistir con Dios porque Él es santo e impecable.
Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es muerte. Merecemos la muerte por nuestro pecado.
En el antiguo Israel, los sacerdotes sacrificaban animales para expiar los pecados del pueblo. Los animales eran solo una solución temporal y debían sacrificarse continuamente.
Quienes rechazan a Dios irán al infierno al morir, que es un lugar de castigo eterno.
No podemos salvarnos del infierno PORQUE somos pecadores.
Salvación
Dios, quien creó todas las cosas, conoce nuestra condición humana y nuestra incapacidad para escapar del pecado. Nos ama tanto que, aun siendo pecadores, se hizo carne al nacer como uno de nosotros: humano. Este Dios hecho hombre es Jesús. Aunque sigue siendo plenamente Dios, también es plenamente humano y experimentó emociones como nosotros. Al igual que nosotros, fue tentado, pero a diferencia de nosotros, nunca pecó.
Jesús es el Cristo, que proviene de la palabra hebrea mashiach. Según Jewfaq, "El término 'mashiach' significa literalmente 'el ungido' en hebreo, refiriéndose a la antigua práctica de ungir a los reyes con aceite. En la escatología judía, se espera que el mashiach sea un futuro redentor que traerá paz y restaurará a Israel. La palabra se usa en la Biblia hebrea para describir a personas que fueron ungidas para roles específicos, como sacerdotes y reyes".
Jesús es el Redentor profetizado en los libros del Antiguo Testamento, como en Isaías capítulo 53, que nos dice cómo este hombre moriría por nuestros pecados para reconciliarnos con Dios.
Jesús permitió ser brutalmente golpeado y clavado en una cruz para morir.
A través de su muerte, se convirtió en el sacrificio perfecto, el único que satisfizo plenamente la ira de Dios. Jesús se convirtió en el camino directo al Cielo para nosotros.
Todo lo que tenemos que hacer es creer. Creer no significa solo creer en su existencia. Cuando creemos en Jesús, confiamos plenamente en el sacrificio que hizo en la cruz, que no es por nuestros intentos de llegar al cielo por nuestros propios méritos, sino por la obra consumada de Jesús.
Cuando depositas toda tu fe en Jesús, Él te concede la salvación. Tu destino ha sido redirigido y ahora te diriges al Cielo. Si estás en Cristo, la muerte es solo el comienzo de la vida eterna.
Dios deposita su Espíritu Santo en ti como un sello, que garantiza la herencia del creyente (ver 2 Corintios 1:22).
Sin embargo, la salvación no es una licencia para pecar. Dios nos dice que nos arrepintamos y seamos santos porque Él es santo. El Espíritu Santo nos capacita para vivir una vida que agrada a Dios.
Ignorancia
(Sin conocer a Cristo)
Aunque el mensaje del Evangelio se ha extendido a casi todo el mundo conocido, algunas personas aún no han oído hablar de las Buenas Nuevas de Jesucristo. ¿Qué pasa con ellas? ¿Adónde van?
En el Salmo 19, los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento muestra la obra de sus manos.
Romanos 1 nos dice que no tenemos excusa, porque Dios se ha dado a conocer desde la creación del mundo y nosotros elegimos crear dioses falsos y seguir la maldad.
Sin embargo, en el segundo capítulo de Romanos, vemos que aquellos de otras naciones que no conocen al Dios de la Biblia, los gentiles, se guían por otras leyes. Cuando demuestran la obra de las leyes de Dios según su conciencia, aunque no conozcan las leyes de Dios, serán juzgados conforme a ellas.
Romanos 2:14-15: «Porque cuando los gentiles, que no tienen la ley, hacen por naturaleza lo que la ley exige, estos, aunque no tengan la ley, son ley para sí mismos, pues muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándolos o defendiéndolos sus propios pensamientos».
Ahora bien, podría parecer que esto los condena al fracaso, ya que deben cumplir la ley, y ningún hombre, excepto Jesús, puede cumplirla plenamente. ¡Los gentiles ni siquiera conocen la ley!
Aquí es donde entran la misericordia y la gracia. Dios conoce nuestros corazones.
1 Crónicas 28:9: «En cuanto a ti, hijo mío Salomón, conoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo dispuesto; porque Jehová escudriña todos los corazones, y entiende toda intención de los pensamientos. Si le buscas, lo hallarás; mas si le dejas, él te desechará para siempre».
Él conoce a la anciana en alguna isla remota a la que nunca ha llegado el Evangelio. La conocía antes de que fuera formada en el vientre materno. Dios conoce nuestras intenciones y los secretos de nuestro corazón.
Salmo 44:21: «¿No lo descubriría Dios? Pues él conoce los secretos del corazón».
Proverbios 21:2: «Todo camino del hombre es recto en su propia opinión, pero Jehová pesa los corazones». Dios no quiere que nadie perezca
2 Pedro 3:9: "El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento."
Entonces, ¿por qué molestarse en compartir el Evangelio con los que aún no lo conocen?
Jesús ordena a sus seguidores que difundan el mensaje del Evangelio por todo el mundo en lo que se conoce como la Gran Comisión.
Marcos 16:15-18: "Y les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado. Y estas señales seguirán a los que crean: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán»."
Como creyentes, es nuestro deber hablarle al mundo acerca de Jesús. Además, sería mucho mejor ser juzgados bajo la gracia, cubiertos por la justicia de Jesucristo, que presentarse ante el Señor sumidos en el pecado.
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